viernes, 8 de noviembre de 2013

Memorias de un amor no correspondido II

División.
Sinceridad. Ignorancia.
Indecisión.
Hablar. Callar.
Incertidumbre.
Aceptación. Rechazo.

¿Qué hacer?
¿Abrir la boca? ¿Dejar que salga el corazón y hable por mi? ¿Quedarme al descubierto ante posibles puñaladas?
¿Callarme? ¿Reprimirme una vez más? ¿Engañarme a mi mismo pensando que no es amor?

Y los días pasan.
Y el corazón late.
Y tus oídos te susurran que sus labios han tocado otros que no son los tuyos.
Y tú sufres. Te das cuenta de que alguien se ha hecho más hueco en tu interior del que creías y querrías.
Y ves sonrisas. Sonrisas que no has provocado tú.
Y sufres. Y te alegras por su felicidad. Te castigas por tu cobardía.

Te decides. Más bien te deciden. Bendito alcohol. O quizá maldito. Tendré que consultarle a la botella.
Y hablas.
Hablas más de la cuenta.
Y ya no solo hablan tus labios.
Habla tu corazón. Habla tu cobardía. Habla tu miedo. Habla tu amor.
Amor, nadie te dio vela en este entierro. Tú deberías ser el fallecido.

Nada.
No consigues absolutamente nada.
Fingida comprensión. Fingida aceptación.
Palabras ambiguas. Pensamientos escondidos. Sentimientos encerrados.
Sus labios hablan, su corazón calla.
Tú sufres.
Pero al fin y al cabo siempre sufres. El amor, ese maldito inmortal que tan feliz parece hacerte y tantas heridas envenenadas te abre.
Quizá merezca ese sufrimiento. Por ilusionarme, por creer aún que se puede ser feliz con el amor. Por pensar que alguien de verdad puede merecer mis lágrimas y mis sonrisas.

Sufro por lo de siempre. Por ser como quiero ser pero no me atrevo.

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